Cada año, recorro las calles de Santiago tratando de adquirir sólo pequeños presentes a mi familia para esta navidad, pero el caos que se genera por adquirir el producto de moda me hace dudar de que estemos cuerdos como sociedad.
Cuando era pequeña, veía los comerciales de juguetes en la TV y pedía al viejito pascuero lo que veía. Cuando dejé de creer en el viejito pascuero, pedía lo que se pudiera a mis padres, pero a medida que pasaban los años, pedir regalos para mi ya parecía una tradición sin sentido. Dejé que mis padres me sorprendieran hasta con el más mínimo detalle.
Si bien el mejor regalo de navidad que pude haber tenido fue algo caro (un viaje a la región de Aysén entre navidad y año nuevo), ese regalo me mostró una experiencia única. Mientras el mismo 23 de diciembre de ese año, los santiaguinos hacían colas para adquirir regalos y se empujaban y golpeaban por las ofertas en barrios como Meiggs, en Coyhaique, las tiendas estaban casi vacías, la gente caminaba tranquila y se dieron el tiempo de ver a una banda en la plaza que tocaba para juntar dinero para unos regalitos para los niños de un hogar. Era otro mundo. Parecía que el virus zombie no había infectado a esas personas, cosa contraria que sucedía en Santiago, cuyos habitantes pareciera que mágicamente se contagian cada diciembre. Comparando Coyhaique con Santiago y las calles de Santiago parecieran estar llenas de zombies quienes intentan conseguir lo que quieren. De hecho, hay momentos en los que me recuerdan a los zombies de "The Walking Dead".
Mi pregunta es la siguiente: ¿Dónde quedó el sentido de la navidad?. Al parecer, se acabó con el virus del consumismo, un virus tan letal como otros en el mundo, pero mata almas. Al parecer llegó el apocalipsis zombie, pero un apocalipsis de diciembre. ¿Nos iremos a recuperar de esto? tal vez si, pero dentro de un buen tiempo...
